La Epifanía del Señor
Por Miguel Arias
La Iglesia entera ha celebrado en distintas maneras la manifestación de Jesús como Dios. Los Evangelios nos ofrecen un relato sencillo y profundo sobre la intención que Dios tiene al manifestarse plenamente por medio de su Hijo Jesús –Dios salva. El relato de san Mateo, ocupado en presentarnos a Jesús como el cumplimiento total de las promesas de Dios, nos dice que fueron unos sabios de oriente quienes reconocen a Jesús (Mateo 2:2), además nos dice que “lo adoraron postrados en tierra. Abrieron sus cofres y le ofrecieron como regalo oro, incienso y mirra” (Mateo 2:11).
San Lucas nos presenta el relato del nacimiento de Jesús de una manera sorprendente y sumamente original. Con tal relato nos presenta al Dios encarnado que viene a redimir al pobre, y a diferencia de Mateo, no son unos sabios quienes reconocen su nacimiento, sino unos pastores, que pasaban la noche en pleno campo y que cuidaban sus rebaños por turnos. Al igual que a María, es un ángel quien les anuncia: “les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor” (Lucas 2:11).
Si reconocemos que San Lucas escribió su Evangelio para una comunidad donde había muchísimos pobres, y que en su mayoría eran gentiles (no judíos), nos será más fácil entender cómo es que Dios se manifiesta a los pobres en la persona de los pastores, y a la vez, y comprender mejor la opción que Jesús hace por los pobres, desvalidos, enfermos, y marginados. A diferencia de Mateo –donde son sabios y ofrecen regalos, los pobres del Evangelio de Lucas le ofrecen aun un tesoro mayor: glorifican y alaban a Dios porque todo lo que habían visto y oído fue como se los anunció el ángel. (Lucas 2:12).
Marcos no nos ofrece un relato del nacimiento de Jesús, porque Marcos va al grano, a darnos la “buena noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios” (Marcos 1:1). Juan nos presenta la revelación de Dios como algo que arrancó desde los orígenes, “Al principio” (1:1). Es decir, Dios siempre se ha manifestado. Así pues, será el autor de la carta a los Hebreos quien nos ratifique tal certeza, de que en otros tiempos Dios habló a nuestros padres por medio de los profetas, pero ahora nos ha hablado plena y totalmente en su Hijo Jesús (Hebreos 1:1).
Esta solemnidad litúrgica nació en la Iglesia de Oriente, en Egipto, a mediados del siglo III. Los cristianos de Oriente celebraron la manifestación de Dios entendida como su nacimiento. Asimismo, sobre una fiesta pagana que ofrecían al dios Aión (dios del tiempo), imponen su propio espíritu cristiano, celebrando así el nacimiento de la luz del mundo. En la Iglesia de Oriente, al menos en Jerusalén y Siria, comenzaron a celebrar la Epifanía hasta el siglo IV, pues ya la fiesta de Navidad se había impuesto sobre la celebración que el imperio romano tenía para el sol naciente, que era precisamente el 25 de diciembre. En vez de la fiesta pagana, los cristianos celebran el nacimiento del Hijo de Dios como la luz del mundo, como la luz que vence a la oscuridad, y precisamente, en el hemisferio occidental, a partir del 25 de diciembre, la oscuridad comienza a disminuir. Por tal razón, la Iglesia de Occidente añade una fiesta más a las celebraciones del natalicio de Jesús, en lo que la Iglesia de Oriente celebra el nacimiento de Jesús, precisamente en la Epifanía.
Aunque litúrgicamente la Navidad concluye con la solemnidad del Bautismo del Señor, muchas veces la Epifanía pasa desapercibida en su sentido más profundo. En la tradición de algunos pueblos (sobre todo del Centro y Sur de México) se tiene por costumbre dar juguetes a los niños, tomando el Día de Reyes como la Epifanía.
Mientras que los sabios le presentan sus regalos a Jesús, y por medio de ellos reconocen en él a Dios (incienso), al Rey de Israel (oro), y también al Mesías sufriente (mirra), algunos cristianos comparten los juguetes y otros artículos con los niños. Aunque el calendario litúrgico está por concluir la temporada navideña (ya que la Epifanía se celebra el domingo anterior al Bautismo del Señor), el calendario popular aun está a todo vapor.
La casa se ha adornado desde el comienzo del adviento y el nacimiento perdurará hasta 40 días después de la Navidad (2 de febrero), que litúrgicamente coincide con la Purificación de María (algunas personas también le llaman la Presentación del Niño Jesús al templo), y popularmente coincide también con otra fiesta de la luz: La Candelaria. Tal tradición popular responde a la práctica de la antigua Iglesia de Jerusalén, la Iglesia madre, la cual concluía sus celebraciones del natalicio de Jesús con la fiesta de la presentación en el templo. Una vez más vemos en completa coincidencia el calendario litúrgico oficial, el popular, y la fidelidad a la tradición.
A nivel parroquial bien valdría la pena organizar algún retiro bíblico para una reflexión sobre los puntos que nos revela Lucas y Mateo. Asimismo, se puede dar prominencia al Niño (que está en el pesebre), por ejemplo elevándolo (como se hizo en la nochebuena) al canto del gloria. Si se tiene una celebración eucarística con personas especiales, bien valdría la pena dramatizar el Evangelio, y catequizar a toda la Iglesia por medio de la experiencia. Para el retiro bíblico le sugiero Seis semanas con la Biblia. Mateo 1–2, Lucas 1–2: Alegría para el mundo (disponible también en inglés), impresos por Loyola Press (800)621-1008. http://www.loyolabooks.org/. Si prefiere continuar la tradición de reunirse en familia y celebrar el acostamiento del niño, está muy bien. Además del tradicional Rosario y la vestidura del Niño, bien podrían leer uno de los textos de Lucas o Mateo y ser parte de un diálogo bíblico de primera clase.
¡Feliz Epifanía! ¡Feliz Día de Reyes!
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